DESINFORMACIÓN

A veces una explicación de la historia del mundo sencilla puede entrañar la clave, quizá sin buscarlo, de la verdadera piedra angular que mantiene la estructura de la sociedad. Estas imágenes las tomé de el centro de interpretación de un yacimiento arqueológico en Castilla La Mancha de cuyo nombre no puedo acordarme. Son ocho imágenes que se suceden cada 20 a 30 segundos para que de tiempo a leerlas.


Quizá la creación y custodia del dinero sea el secreto más grande de la historia y como tal no que no haya información al respecto, al contrario hay demasiada pero no importa. Tan transcendente es para la vida de las personas que no hace falta ocultarlo, casi nadie se cree que en ello radique la mayoría de los problemas que impiden a la humanidad pueda ser en su conjunto "razonablemente felíz".

Pero este no es un blog para explicar teorías monetarias y conspiraciones de bancos centrales, hay muchos de esos y generalmente no son afines a mis creencias políticas. Son temas por supuesto de los que hablo en muchas entradas, pero esta página trata de Desinformación, una de las etiquetas más repetidas en este blog. Pues bien para escapar a la desinformación que muestran los medios de comunicación sometidos al Sistema, es bueno tener presente dónde podemos buscar información fiable... aunque mi consejo personal es que no nos debemos fiar ni de nosotros mismo. 

Para buscar lo que nos ocultan
     Para leer libros que nos abran los ojos
    • EL CASINO QUE NOS GOBIERNA de Juan Hernández Vigueras libro del que hago muchas referencias en este blog porque es un auténtico libro de texto para comprender el mundo en el que vivimos, dominado por el mercado Financiero.
    • EL INFORME LUGANO II, esta vez acabamos con la Democracias de Susan George libro de lectura más fácil que el anterior y que debería leer todo el mundo. 
    • LOS AMOS DEL MUNDO de Vicenç Navarro y Juan Torres
    Luego vendría una larga lista que ahora no tengo tiempo de realizar y que además en tal caso debería hacerlo en la página de Bibliografía.

    ARTICULOS DIVERSOS

    REBELIÓN DE LA POBLACIÓN TRABAJADORA CHINA

    Algo se agita en el taller del mundo. A lo largo de varias semanas se han registrado huelgas y protestas por todas las regiones costeras que han sido motor del surgimiento de China como potencia económica y han lanzado al resto del mundo una avalancha de bienes de consumo de tiendas de gangas. Mientras los sindicatos recurren en Europa a la movilización sindical contra los recortes de salarios, de pensiones y empleos, los trabajadores mal pagados de China han ido a la huelga contra la explotación rampante, consiguiendo aumentos salariales de dos dígitos.
    Se trata de un proceso que llega al corazón del modelo económico de China, así como al papel del trabajo barato en la economía global. Lo que se inició en la empresa Foxconn, de propiedad taiwanesa, la mayor proveedora de material electrónico del mundo, con una serie de suicidios relacionados con las condiciones de trabajo en su gigantesco centro de producción de Shenzhen, se ha extendido desde entonces a toda una lista de empresas en su mayoría de propiedad extranjera.   
    Sólo en Shenzen emplea Foxxcon a más de 400.000 trabajadores, que producen millones de iPods e iPhones de Apple, así como ordenadores y teléfonos móviles para marcas como Nokia, Dell y Sony. La muerte de sus trabajadores desató un escándalo nacional, condujo a un aumento inmediato del 30% en los salarios de menos de 100 libras esterlinas mensuales, y ayudó a generar abandonos reivindicativos del trabajo en fábricas y proveedores de Honda, Hyundai y Toyota, además de en otros centros productivos en toda China.    
    Las huelgas, organizadas por teléfono y en foros de la red fuera de las estructuras oficiales, ya han conseguido alzas salariales de más del 30% en la fábrica de transmisiones de Honda en Foshan, en la que no se permitía siquiera que los trabajadores hablaran unos con otros, y de un 25% en el proveedor de Hyundai en Beiying. No es la primera vez que se han producido  multitud de abandonos y protestas, por supuesto, pero la repercusión en la cadena globalizada de suministros de las huelgas por contagio en el corazón del sector exportador chino de alta tecnología ha sido ya potente.  
    China es hoy el mayor exportador del mundo, y ha visto aumentar su parte en la producción del sector industrial global de un 2% a casi un 20% en 20 años. Mientras que la clase obrera industrial se ha reducido en Europa y América del Norte, en China su fuerza es de cientos de millones, y se acrecienta gracias a la marea de los que emigran del campo. Y cuando un dirigente veinteañero de una huelga en una planta de Honda en Foshan, Li Xiaojuan, insiste públicamente en que "no debemos dejar que nos dividan los representantes del capital”,  resuena de una forma especial en un país cuya constitución lo declara un "Estado socialista dirigido por la clase obrera".   
    Ahora que los trabajadores chinos del sector exportador han demostrado que pueden conseguir resultados, parece probable que continúen las huelgas. Sus bazas se han visto fortalecidas en parte porque la política china del hijo único y la mejora de los niveles de vida en el campo se están traduciendo en escasez de trabajadores en las zonas industriales. Pero también se debe a que la presión para que aumenten los salarios se corresponde con los cambios en la política gubernamental.  
    En una nación en la que se disuade de emprender huelgas y a menudo apenas se informa de ellas, la respuesta de las autoridades a la última ola de paros ha rayado casi en el respaldo. El presidente del socio estatal de Honda y Toyota, por ejemplo, insistía en que las exigencias de los trabajadores eran "razonables". El diario Global Times, del Partido Comunista Chino, advertía que las huelgas mostraban la necesidad "protección sindical organizada", quejándose de que los "trabajadores corrientes" habían recibido "la mínima porción de prosperidad económica" de la apertura de China al mercado mundial.  
    La razón es bien clara. Los dirigentes chinos se han determinado a incrementar el consumo interno ante la crisis continuada de las economías occidentales, transferir recursos del trabajo barato a una mayor producción de alta tecnología y trasladar producción al interior más pobre. También están sometidos a una intensa presión para responder a la repulsa que causa la enorme desigualdad que ha desfigurado China en los años de su explosivo salto económico. De ahí la introducción de una legislación de protección laboral más sólida hace un par de años y los fuertes aumentos del salario mínimo, antes incluso de las últimas huelgas.   
    Esa tensión está inscrita en el modelo empleado por China para dar el salto, que tiene ecos pero va mucho más allá de las concesiones al capitalismo de la nueva política económica, la NEP soviética de los años 20. Ha convertido a China en una potencia económica global, elevando su renta nacional por encima de un 9% anual durante tres décadas, sacando a millones de la pobreza, pero al precio de una radical y corrupta privatización, una disminución   de los servicios de sanidad y educación, la degradación ambiental, la creación de una élite fabulosamente rica y la obstrucción de los avances cívicos y democráticos.  
    El intento bajo la dirección de Hu Jintao de reducir la desigualdad, retornar a una educación y sanidad más gratuitas y mejorar las condiciones de los trabajadores inmigrantes y de la producción "verde" es considerado por algunos, como el especialista universitario Lin Chun, como "señales de reanudación de un socialismo de reformas".  
    Al mismo tiempo, a los entusiastas de más privatizaciones y capitalismo se les escucha cada vez más rezongar que “el estado avanza, el sector privado retrocede”, mientras la ola de huelgas ha envalentonado a antiguos funcionarios estatales de alto rango y a “viejos revolucionarios” a la hora de pedir públicamente la "restauración de la clase obrera como clase protagonista” y el "restablecimiento de la propiedad pública como parte principal de la economía”.  
    Lo que queda claro es que el sector de propiedad o bajo control públicos, sobre todo los bancos estatales, le ha permitido a China capear la crisis económica internacional con un considerable éxito. Tal como sostiene John Ross, de la Universidad Jiao Tong de Shanghai, mientras los EE.UU y Europa trataban de superar de forma indirecta la depresión inversora en el corazón de la crisis con gasto creador de déficit, China fue capaz de forzar al alza la inversión mediante su banca pública, con el resultado de que su crecimiento registra cifras de casi el 12% y su déficit se sitúa por debajo del 3%. 
    Se trata de un poderoso desafío al consenso de Washington que ha impulsado la política económica durante una generación. Una economía china en crecimiento ofrece también un antídoto que es de agradecer ante el continuado estancamiento o recesión en el mundo occidental, sobre todo si continúa la orientación al consumo. Las huelgas contra salarios de miseria sólo pueden servir de ayuda. Cuando Alan Greenspan, el expresidente de la Reserva Federal norteamericana, alabó el trabajo barato chino como palanca para mantener a la baja los costes laborales, estaba poniendo de relieve lo que ha supuesto una carga para los trabajadores de todo el mundo. El aumento de niveles de vida sostenibles en China debería reforzar asimismo las perspectivas de un cambio interno progresista. Estas huelgas son tan buenas para China como lo son para el mundo. 
     
    Seumas Milne es un analista político británico que escribe en el diario The Guardian. También trabajó para The Economist. Es coautor de Beyond the Casino Economy.
      La infame orden 17
      PAUL LAVERTY
      05-18.jpgTodos estamos familiarizados con el ritual del retorno a casa, desde tierras  extranjeras, del cuerpo de un  soldado muerto: música solemne, bandera nacional, escoltas y saludos recogidos en detalle por la prensa mientras políticos y generales  dedican palabras de ánimo a los desconsolados familiares. No fue exactamente así para Deely, la hermana de Robert, un ex paracaidista que sufrió una emboscada en Irak y llegó a Glasgow en avión desde Kuwait.  El empleado de la funeraria le dijo a Deely que ese día iban diez cuerpos en el avión. El ataúd de Robert parecía un “gran cajón naranja”. No hubo ni bombo ni platillo, ni bandera nacional ni periodistas, ni una pregunta. Su muerte, que sepamos, no se añadió a ninguna lista. La razón es sencilla. Robert ya no era un paracaidista, sino un contratista privado. Hay quien los llama soldados privados, guerreros corporativos o asesores de seguridad. Los iraquíes los llaman mercenarios. El negocio de la guerra se ha ido privatizando lenta e intencionadamente. El cajón naranja que sirvió de ataúd a Robert nos lo recuerda, al igual que las estadísticas. Patrick Cockburn, un respetado comentarista, calculó que durante el punto álgido de la ocupación hubo unos 160.000 contratistas extranjeros en Irak y que muchos de ellos, quizá hasta 50.000, fueron personal de seguridad dotado con todo tipo de armas. La guerra, y más tarde la ocupación, no habría sido posible sin este apoyo. Gracias a Paul Bremer, director de la Autoridad Provisional de la Coalición asignado por EEUU, todos los contratistas gozaron de inmunidad ante las leyes iraquíes mediante la Orden 17, impuesta al nuevo Parlamento de ese país. Dicha orden duró desde 2003 hasta comienzos de 2009. A nadie le interesa contar cuántos civiles iraquíes han muerto o resultado heridos a manos de contratistas privados, aunque la evidencia sugiere que el abuso ha sido generalizado. La masacre de Blackwater (17 civiles muertos en Bagdad) fue el incidente más aireado, pero hubo muchos de los que no se informó. Un contratista veterano me contó que un sudafricano le había dicho que matar a un iraquí era lo mismo que “disparar a un infiel”. Otros contratistas más serios, orgullos de su profesionalidad, me dijeron que les asqueaba la violencia de los “chapuceros”. Si un contratista se veía envuelto en un incidente que provocase escándalo, su empresa lo sacaba rápidamente del país. Impunidad por decreto. Mientras los contratistas más modestos se jugaban la vida en Route Irish, los directores generales de esas mismas empresas amasaban fortunas. David Lesar, director general de Halliburton (donde Dick Cheney fue consejero delegado), ganó casi 43 millones de dólares en 2004. Gene Ray, de Titan, obtuvo más de 47 millones entre 2004 y 2005. J. P. London, de CACI, ganó 22 millones. El diablo no se pierde puntada. Los contratistas privados llegaron a cobrar al Ejército estadounidense cien dólares por la colada individual de un soldado. En un informe oficial de enero de 2005, el investigador general especial para la reconstrucción de Irak, Stuart Bowen, reveló que más de 9.000 millones de dólares habían desaparecido debido al fraude y la corrupción, y eso fue sólo durante un periodo muy limitado de la Autoridad Provisional. Impunidad financiera también. Como me dijo un contratista, el “lugar apestaba a dinero”. No sorprende que tantísimos soldados mal pagados, así como la élite de las Fuerzas Especiales, se uniesen a estas corporaciones militares privadas, ya que se les presentaba una ocasión única de “llenarse los bolsillos”. A estas alturas, ya estamos acostumbrados a las imágenes de matanza “allí”, a las historias de miles de desaparecidos, de avaricia corporativa, de abuso, tortura y cárceles secretas. La estimación de Lancet, de 654.965 muertos hasta junio de 2006, supera la capacidad de la mente de entender. Ahora nos parece que ocurrió a una distancia segura en el tiempo y el espacio. La “fatiga iraquí”, nos dicen, nos está afectando. Pero “allí” vuelve de regreso a casa. Irak está dentro de las mentes de “nuestros chicos”. Me quedé de piedra al enterarme, a través de la ONG Combat Street, que trabaja con ex soldados con trastorno de estrés postraumático (TEPT), de que esta enfermedad tarda un promedio de 17 años en manifestarse. Se están preparando (también dentro del Ejército de EEUU) para un aumento considerable en los próximos años. Norma, una enfermera a punto de jubilarse que ha pasado años entre ex soldados, me llevó a escribir este artículo al decirme que “muchos de estos hombres están de luto por quienes solían ser”. Puede que la Orden 17 se haya revocado en Irak, pero su espíritu sigue imperando: la peste a impunidad, las mentiras, el desprecio por las leyes internacionales, la desautorización de los Convenios de Ginebra, las cárceles secretas, la tortura, el asesinato… los cientos de miles de muertos. Mientras me imagino a los autores intelectuales de todo esto (Bush, Blair, Rumsfeld y compañía), recogiendo sus millones en discursos de sobremesa y creando sus fundaciones ecuménicas, no puedo evitar pensar en las enfermeras de Faluya asistiendo en los nacimientos de bebés con dos cabezas y caras deformadas, una cortesía de las bombas químicas que cayeron sobre esa ciudad. Nuestro regalo para el futuro. Nos preguntamos que pasará cuando la Orden 17 vuelva a casa.

      Paul Laverty es escritor. Guionista de la película ‘Route Irish’, de Ken Loach
      Ilustración de Jordi Duró